En el año de 1779, siendo mayor general (grado equivalente al de hoy de jefe de estado mayor) de la escuadra del general Gastón, puso en práctica los “Rudimentos de Táctica Naval” que había escrito cuando era teniente de navío, así como sus “Instrucciones de señales”.
Su éxito como mayor general lo obtuvo principalmente al año siguiente en la escuadra de don Luis de Córdova, reforzada con seis navíos franceses: por una atrevida maniobra, que todos consideraban temeraria, se apresó el día nueve de agosto a la altura de las islas Azores, un importante convoy británico de cincuenta y tres velas, con mercancías y víveres para su ejército en la lucha contra los independentistas norteamericanos.
Tres de las fragatas británicas apresadas sirvieron después en la Real Armada Española con los nombres de Colón, Santa Balbina y Santa Paula; con el apresamiento se hicieron casi 3.000 prisioneros.
Debióse también a Mazarredo la salvación de la gran escuadra hispano-francesa, que esta compuesta por veintiocho navíos y cuatro fragatas españolas y treinta y ocho navíos y veinte fragatas francesas, que escoltaban a un rico convoy de ciento treinta velas, que iba camino de perderse por la inoportuna salida que ordenó el general conde d’Estaing, contra el voto de Mazarredo y que éste pudo subsanar, consiguiendo que arribase la flota a Cádiz, pocos días después de haber salido de ese puerto, ante la amenaza de un fuerte temporal que, una vez transcurrido, hizo caer en la cuenta de lo acertado de su decisión.
Hay que hacer notar, que Mazarredo no era un adivino, sino que en la Armada Española se habían comenzado a usar los barómetros marinos, que permitían, con una buena lectura de ellos, el poderse anticipar al tiempo venidero a corto plazo.
En el año de 1781, cruzando la escuadra, al mando todavía del general don Luis de Córdova, por las cercanías de las islas Sorlingas, con tiempo muy duro, el general francés conde de Guichen hizo repetidas veces señales de "Peligro en la Derrota"
Mazarredo, bien impuesto de la situación verdadera por las frecuentes observaciones que efectuaba y meticulosa estima que llevaba realizada, conocedor, pues, de la bondad de la derrota y sabedor del peligro de alterarla, insistió en que se siguiese el rumbo por él trazado.
Después se vio lo correcto de sus disposiciones; el mismo conde de Guichen llegó a decir ingenuamente al conde Artois que se hallaba en Algeciras: “Yo no iba a perder una armada que Monsieur Mazarredo salvó”.
Al principios del año de 1782, se volvió a poner de manifiesto la pericia marinera de Mazarredo: una escuadra española compuesta de siete navíos y siete fragatas, después de haber escoltado a una expedición de tropas se dirigía a Cádiz.
Conocedor el mayor general por sus últimas observaciones, de los grandes efectos de las corrientes existentes y conocedor también de la cercanía de un temporal, aconsejó al general las necesarias medidas que éste hizo suyas, tomándose así con toda seguridad la bahía del puerto de Cádiz.
Tomó parte con la escuadra que bloqueaba a Gibraltar en el ataque de las baterías flotantes y en el combate indeciso que aquella riñó, frente al cabo de Espartel, con la británica del almirante Howe, cuando ésta regresaba al Atlántico, después de haber conseguido entrar el Gibraltar, el socorro que
tanto necesitaba la plaza.
Mazarredo, en las cinco horas que duró la acción, como en los combates y navegaciones anteriores, dio prueba de valor y de serenidad.
A él le cupo gran parte del éxito y adelanto obtenido en la maniobra; quedaron los británicos maravillados de la presteza con que se formó la línea de combate, y como rápidamente se coloco la capitana española en medio de la línea y cerró la distancia la retaguardia.
Al final de esta campaña, se consiguió la Paz de 1783, siendo ascendido por ello a jefe de escuadra.
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