sábado, 12 de julio de 2008

LOS "APUNTADORES" COBRAN 50 EUROS POR GUARDAR TURNO EN LA COMISARIA

En la esquina de las calles Gordoniz y Uhagón, en pleno corazón de Bilbao, se concentran todas las noches entre semana un nutrido grupo de personas a la espera de obtener papeles, la documentación necesaria para legalizar su situación en el país. Son las once y media de la noche y en la acera ya hacen cola 14 personas. La convivencia no está libre de pequeños conflictos. «Esta mañana hubo problemas porque la gente se colaba», explicaba esta semana la joven Daniela Rincón, mientras apuntaba los nombres de tres georgianas recién llegadas. José Luis Arias, su novio, les entrega un resguardo a cada una y aclara, «A veces llega alguno con un cuaderno y empieza a escribir los nombres, de manera que él mismo puede modificarlo como le plazca. Con el tique esto no pasa». Mientras dura la conversación, tres personas más se incorporan a la cola.
A la mañana siguiente a pesar de todos los intentos, cuando la comisaría de Indautxu abre sus puertas, se suma a esa larga hilera gente extraña para los que han pernoctado a la intemperie. Algunos son familiares de los que han soportado la espera. Otros, sin embargo, han comprado su turno. El colombiano Gustavo Quintero lo corrobora. «Uno acaba de apuntar los nombres de cinco personas que habían pagado 50 euros para no tener que pasarse la noche durmiendo en la calle». El 'apuntador' se lleva un total de 250 euros en una sola noche por 'guardarles el sitio' y gente como Quintero se ven desplazados en la cola hasta el punto de quedarse sin hacer sus trámites burocráticos.
Los agentes de la capital vizcaína están al corriente de este negocio, que se realiza a las puertas de la comisaría. Los policías reconocen que no pueden hacer nada contra estas «mafias», ya que quedan fuera de su jurisdicción. «Nosotros no podemos demostrar que se producen estos actos», subrayan desde la Jefatura de la Policía Nacional y atribuyen las «puntuales» aglomeraciones a «la llegada del verano».
La Comisaría General de Extranjería y Documentación cumple de forma escrupulosa un horario de nueve de la mañana a dos del mediodía. Atiende a diario a una media de 30 personas, de manera que la gente se hace una idea en cuanto llega de cuáles son sus posibilidades reales de ser atendidos a la hora de llegar. Es entonces cuando se desvela la estrategia de los 'apuntadores'. Estos discuten con sus compañeros de fila, preferiblemente compatriotas, si tiene sentido esperar porque antes de que llegue su turno, cerrarán las puertas. Es entonces -confirman algunos de la fila- cuando les ofrecen la posibilidad de dormir en la calle la noche siguiente para guardarles el sitio... por un precio. Entre los que pacientemente esperan en plena noche a coger el turno está un risueño boliviano. «Esto es como tantas otras cosas que pasan -apunta- y sobre las que nadie quiere dar detalles».
Un problema común
Cuando llega César Chaves a medianoche, ya son 23. Está guardando el turno para su esposa, embarazada de ocho meses. No es la primera vez que acude a la Jefatura Superior de Policía y se queda a las puertas. «Si me entero de quién de los que ha pasado delante de mí estos días lo ha hecho pagando, no sé lo que haría», confiesa el ecuatoriano que se encuentra desesperado después de esperar tantos días.
Los inmigrantes como consecuencia de estos trámites pierden días de trabajo. «Dependiendo del papel que juegues en la empresa estás poniendo en peligro tu puesto de trabajo por regularizar tu situación», señala Manuel Alejandro que ya ha tenido que pedir dos días de permiso para realizar sus trámites.
Jorge Rodríguez hace el número 4 en la fila y los únicos que le preceden son familiares. Ellos le relevarán a lo largo de la madrugada para echar una cabezada y poder así todos acudir temprano a sus respectivos puestos de trabajo una vez realizado el papeleo. Muestra una fotografía de su móvil. «Esto -indica mientras muestra una imagen con montones de basura que llegan hasta el techo de las casas- está a cien metros de donde les llevan a los turistas en Buenos Aires. ¿Cómo me voy a quejar por una noche en la calle?». No pierde la sonrisa.
«Somos de diferentes países, cada uno con sus historias particulares, pero tenemos un problema común», comenta en voz baja una señora sentada sobre un cartón, que prefiere guardar el anonimato para no tenmer problemas con su jefe.
A las once de la mañana los de la cola esperan inquietos que un agente les franquee el paso paulatinamente. Allí está el número 23 de la lista, Chaves, junto a su mujer en avanzado estado de gestación y su hija de 6 años. Desde la calle contempla indignado el marcador del interior de la comisaría. Indica que ya llevan atendidas 39 personas.

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