Existió una placa sobre el muro exterior de la iglesia de San Antón, que se colocó en los años inmediatamente anteriores a la guerra civil de 1.936 y que recordaba a estos “mártires de la foralidad”, cuyos nombres fueron esculpidos en placa de bronce con bajorrelieves, por Lucarini. La placa fue arrancada. Hoy se haya colocada otra más sencilla con los nombres de los ejecutados y con la fecha del día 24 de Mayo de 1.634.
Posteriormente, se suplicó al Rey Felipe IV que, una vez castigados los responsables de la rebelión, se librase al Señorío del impuesto de la sal, una sociedad en la que su uso era imprescindible, al utilizarse en la conserva del pescado y de la carne; se restituyese al Señorío en su antiguo Gobierno, ya que éste se puso en tela de juicio, y se le diese un veedor oficial para que el comercio no padeciese.
El mismo año 1.634 llegaría el perdón para los implicados en el motín y la corona otorgó lo que se había pedido, esto es, la no aplicación del estanco de la sal.
A mediados del siglo XVII empieza a renacer la esperanza.
Bilbao pudo soslayar la crisis al ir concentrando las actividades mercantiles de la costa cantábrica. Así, mantuvo vivo su comercio, en detrimento de los puertos santanderinos y guipuzcoanos, que perdieron casi todo el tráfico de lana, la principal exportación castellana.
Esta actitud, en cierto modo complaciente, cambió hacia 1.680. Fue cuando los mercaderes bilbaínos diseñaron una estrategia para hacerse con la iniciativa comercial y captar los tráficos controlados, hasta ese momento, por los establecimientos extranjeros.
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