domingo, 6 de julio de 2008

A CIEGAS CON EL PAPELEO

Sentado en una silla y hundido. Así asegura I.G.V. que se encontró a su tío Luis en las oficinas del Registro Mercantil de Vizcaya cuando llegó tras su angustiada llamada. Eran poco más de las once del pasado jueves y este hombre de 41 años -con apenas un 10 y un 20% de visión en cada ojo- acababa de sufrir, en palabras de su sobrina, un trato de «auténtica vergüenza».
Luis se había dirigido esa mañana desde Santurtzi hasta el bilbaíno barrio de Deusto para pedir una instancia en la que debía escribir «tres datos contados», explica la sobrina. Un sencillo papeleo que, en principio, sólo le iba a obligar a aguantar la habitual cola que acompaña a los trámites burocráticos. Sin embargo, la espera fue más tranquila de lo que, al parecer, ocurrió cuando Luis llegó al mostrador. «Mi tío pidió que le ayudaran a rellenar la documentación, pero ellos se negaron», lamenta. La alternativa que le dieron fue clara: volver al día siguiente con todo cumplimentado o acudir acompañado. En el Registro Mercantil niegan haber dado tal respuesta e insisten en que le indicaron «un número de fax para que pudiera enviarnos la instancia sin tener que volver».
Las carencias visuales con las que convive Luis desde hace un año, a raíz de un accidente laboral, no le habían provocado hasta ahora enfrentamientos con nadie. La joven que lo atendió recuerda que la discapacidad no fue advertida por ninguno de los trabajadores. «Nos dijo que no veía pero no nos explicó hasta qué punto», recalca. Por norma, en las oficinas de este organismo tienen prohibido modificar las instancias. «No pueden poner ni una letra», explican, pero «si viene una persona impedida intentamos darle todo tipo de facilidades». La sobrina del afectado discrepa de esta versión. «Cuando llegué me encontré a mi tío en una silla, delante de todo el personal que trabaja allí y sin que nadie le ayudara», recuerda.
La llegada de I.G.V., que abandonó su puesto de trabajo al recibir la llamada telefónica de su tío, sirvió «para enterarnos de que el hombre tenía una minusvalía», afirman desde la oficina de atención al público. Hasta entonces, sostienen, «ignorábamos su estado real». La sobrina, por su parte, se queja del trato recibido: «me llamaron energúmena». Los trabajadores del Registro rechazan, sin embargo, haber realizado cualquier tipo de discriminación. «Sólo fue un malentendido», concluyen.

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