sábado, 5 de julio de 2008

"CRISTOBAL COLON" DESCUBRE LA RIA

El calor de la tarde de ayer invitaba a un buen chapuzón. Sin embargo, el centenar de personas que se concentraba a la orilla de la ría, a la altura de la parada de metro de Astrabudua, no buscaba en el agua aliviar el sofocón veraniego. Su objetivo era bien distinto. Todos ellos se habían reunido en aquel punto para ver la botadura de la 'Cristóbal Colón', la mayor draga de succión del mundo. A partir de ahora comenzará a surcar los mares y su cometido será muy especial: construir islas artificiales en las costas de Dubai (Emiratos Árabes).
Su construcción comenzó a principios del pasado año -en marzo de 2007 se realizó el primer corte de chapa- y ayer llegó, por fin, el momento de que el coloso echara a nadar. «Pasamos muy a menudo por aquí y hemos visto cómo crecía», explicaba Begoña Lázaro, que no quería perderse el bautizo acuático de la nave porque «esto no es algo que se vea todos los días». Lo que para esta bilbaína era un motivo de «fiesta en La Naval», para Andrés Peral suponía una marea de recuerdos. Este jubilado, testigo directo de incontables botaduras, trabajó cuarenta años en los astilleros sestaotarras y en la desaparecida Euskalduna. «La draga está puesta de popa por lo que va a levantar poco oleaje», vaticinaba Peral, con ojo de experto. Su mujer, Engracia, sin perder detalle de lo que ocurría en la ría, le daba la razón e insistía en que lo que se iba a producir esa tarde era «el no va más».
«Merece la pena»
La voz de la experiencia de este matrimonio sorprendía a muchos de los allí presentes que jamás habían presenciado un evento de este tipo. Como «ansiosos» primerizos acudieron Iñaki Angulo y Esperanza Manzanos, a los que un trabajador de La Naval les había avisado de que «ver esto merecía la pena». Esta familia de Galdakao, completada por Ainhoa y el pequeño Asier, se ponía en pie al mínimo movimiento aunque los más jóvenes, agotados por el calor, desistían de tanto ejercicio. La espera les «aburre un poco» explicaba su madre.
Sin embargo, la casi media hora de retraso, por cuestión de mareas, no hizo que nadie se moviera de su sitio. Cerca de las seis de la tarde las sirenas sonaron anunciando el ansiado momento. La gente respondió con silbidos de alegría y gritos de «ahí va». El descenso de la draga se convirtió durante unos minutos en el único objetivo de las cámaras que portaban los asistentes. «Es un recuerdo muy bonito que enseñaremos a los amigos», apuntaba el bilbaíno Lázaro Hernández.
Los espectadores de la última botadura del astillero se mostraban encantados con la experiencia vivida. «Ha sido muy chulo», reconocía Manzanos. Soportar un calor de justicia, bajo paraguas reconvertidos en sombrillas y cargados con incontables botellas de agua, había tenido su premio.

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