domingo, 22 de junio de 2008

ENERGIA PARA VIVIR

El número 34 de la calle Cortes destaca por el color amarillo de su fachada, aunque la pintura es lo que menos le diferencia del resto de las casas del barrio. Lo novedoso está en el tejado, cuajado de paneles solares, y en las persianas que suben y bajan en función de la luz para que las habitaciones no pierdan calor. El antiguo Bataclán se ha convertido en el primer edificio de Bilbao, y probablemente de Euskadi, que se rehabilita buscando el mayor ahorro energético posible en cada detalle. Una experiencia piloto que la sociedad municipal Surbisa estudia extender a otros inmuebles.
¿Por qué aquí? El edificio, que tiene más de cien años, era un firme candidato al derribo. Un lugar «problemático» con alquileres «irregulares» y, precisamente por eso, al Ayuntamiento le resultó más fácil comprarlo. «Cuando los técnicos entraron, todavía quedaban los palcos y las cortinas del cabaré», recuerda Marta Ibarbia, directora de Surbisa. Pisaban con mucho cuidado «porque el suelo se hundía». Lo más urgente era consolidar la estructura y sustituir la cubierta.
El Ayuntamiento se planteó una rehabilitación al uso, pero surgió la oportunidad de acogerse a las ayudas de la Unión Europea para abordar un proyecto experimental. Las obras costarán algo más de dos millones y las medidas de eficiencia energética -346.000 euros, el 17% del presupuesto- se han financiado casi en su totalidad con subvenciones. Los paneles del tejado, con vistas a los grafitis de alegres colores que rodean el club El Edén, se amortizarán «en unos siete años», calcula el arquitecto Gerardo Morentin.
Hay dos tipos de instalaciones. Los paneles térmicos llevan en su interior agua que baja a la sala de máquinas, donde se utiliza para la calefacción y el agua caliente. Se calcula que cubrirán la mitad de la demanda y, en previsión de los días fríos, hay una caldera de condensación que funciona con gas natural. Los equipos fotovoltaicos generan energía eléctrica que se vende a Iberdrola, otra forma de ahorrar. Los ingresos van a parar a la cuenta de la comunidad y, según algunas estimaciones, pueden suponer unos 2.862 euros al año.
Los pisos, doce en total, son pequeños, de unos 40 metros cuadrados. No malgastan espacio en radiadores porque la calefacción es de suelo radiante, invisible. Y central, aunque se regula con un termostato «y cada uno paga lo que consume». Las paredes y los techos llevan un revestimiento de lana de roca para el aislamiento térmico y acústico, lo que ayuda a gastar menos en calefacción. La doble cristalera de las ventanas es otra fuente de energía. «Cuando incide el sol, la radiación solar se queda en casa», explica Morentin.
Un proyecto premiado
En verano, las persianas bajan si hace demasiado calor. Los vecinos pueden controlarlas a distancia mediante la domótica, que se aplica también a las luces, el videoportero o la temperatura. En el interior de los apartamentos hay más guiños a la eficiencia energética, desde los grifos termostáticos de las duchas hasta los materiales de las tuberías. Y en el descansillo hay más. Las luces funcionan con detectores de presencia y lámparas de bajo consumo. Los detectores de humo activan el sistema contra incendios, que automáticamente toma tres decisiones: inmoviliza el ascensor, corta el gas y abre las ventanas.
Con todas estas medidas se espera conseguir un ahorro energético del 40%. Los resultados que se obtengan en Cortes 34 se van a monitorizar para estudiar su aplicación en otros edificios. El proyecto ya ha logrado un premio a la mejor política municipal en urbanismo sostenible en el certamen SIMA, celebrado en Madrid con 61 países participantes. Pronto pasará el examen del mercado. Las obras terminarán en junio y, aunque no son viviendas de protección oficial -por su tamaño no se adaptan a la normativa- Surbisa marcará el precio y los requisitos de acceso. En principio se destinan a «gente joven o a personas mayores del barrio que necesiten un ascensor». A ser posible, con conciencia ecológica.

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